7 poemas de Vicente Núñez

«Escribió Vicente Núñez que ‘El mundo no es nunca punto final; es siempre puntos suspensivos’. Y el acercamiento a su obra lo confirma: se diría que apenas estamos empezando a leerla. La lectura de todo gran poeta necesita tiempo, la lenta posibilidad de penetración que favorece el tiempo, el demorado descubrimiento de lo que ya veíamos sin habernos hecho concientes. Y, por otra parte, esta clase de lectura, la que se adentra en un espacio nuevo, sólo puede ser colectiva, crecer como suma de lecturas, suma de tiempos personales, miradas que debaten y se completan, a través de sus coincidencias y aun de sus distancias».[1]

Miguel Casado.

ANTINOMIA

¡Si a víctima me alzaras

en la cruz de tus brazos…!

pero yerras y aún vivo

y execro esa victoria.

CÁNTICO

El que pasa ignorado por los arcos del mundo.

El que extiende en el suelo su clámide de oro.

El que aspira en el bosque rumor de la lluvia

y olvida su cuidado debajo de los sauces.

El que besa tus brazos y tiembla y se transforma

a pesar del embate de todo y de sí mismo.

El que a tu sombra gime como trémula gema.

El que pasa, el que extiende, el que aspira y olvida.

El que besa, el que tiembla y se transforma. El que gime.

MINIMUN ELIGENDUM

¿A tan túpida tapia y agria rosa,

a tanta altura;

a tu veneno obsceno, a tu dulzura;

a tanta fosa

y desventura

me invitas a escalar? Qué corta cosa,

y casi impura.

¡A tods tu hermosura, a la estatura

de la muerte, esposa

de tus cosas,

tus fosas y tus rosas.

XXVI

Huyendo de Sodoma,

en un tren detestable,

le susurré a Descartes – que venía conmigo –

que el mejor de los métodos

era el uso obsesivo de la andróminia.

XXX

A gusto de ninguno

resultó el testamento

La codicia se olvida

de lo que llaman última

voluntad del difunto.

Al salir del notario,

disteis cabal medida

de lo que siempre fuisteis:

testigos de un granuja.

VIAJE AL RETORNO

                                   Et j’ai vu quelquefois ce que l’homme a cru voir

                                                                                      Arthur Rimbaud

Yo era un maya cuando partí de Palos.

El mar. Oh gran presagio

en la noche tendida entre los barriles

y las lonas de los abastecedores del puerto.

Mi ajorca de metal poseía ya un nombre,

oh América de seda.

Aún recuerdo el olor de las ropas embreadas,

el poderoso arranque de las cabrias

cantando en la hermosura

de los músculos todavía no míos.

Y desobedecí entonces las advertencias

de mi cobardía y entonces desnudo

el himno de los cóndores

de mi corazón, que se alzaron de júbilo.

Toda mi miserable sabiduría de códices,

de estameñas y claustros,

se desplomó en añicos ante las rojas vidrieras

de Camagüey y Acapulco,

en los rudos collares de la gran ceremonia.

¿Qué fulgor delirante construía mi sangre?

¿Quién me corona y recibe de tal forma

que recobro mi doncellez?

Oh Ruben, y Amado, y Pablo;

Cómo recuerdo vuestro abrazo de pedernal y colibríes,

el café tan amargo en los tugurios

de nueva York y de Río,

el vino de la concordia en el México ácido

de Emilio y de Cernuda,

que nos sabía a Berceo

en el cáliz doliente de Vallejo y de Bécquer.

¿Y Federico y Gabriela con bufandas de anémona;

y Juan Ramón y Borges,

semejantes a inmensas obsidianas de Whitman?

Porque no había más tierra para nosotros que América,

ya no tuve otro límite

que el de mi corazón encadenado

en la bodega de su cumplimiento.

Eran los pájaros. Te conocí en la playa

como un Rey adolescente de oro cincelado,

yo que creía que el mundo no era mío.

oh luz anterior a la luz vista.

Ciego no está quien al besar la tierra

recobra la mirada,

quien su lepra sumerge como un dios en las aguas

ocultas y sagradas de los cocos;

quien, tras largos destierros,

encuentra el paraíso perdido y la aventura.

Ciego no fui porque fui visto.

Tu joven madre nos ofreció viandas

y adornos. Y respiré la brisa de Sevilla.

Me preguntabas por mis hermanas,

por las tiendas de Córdoba,

por Granada e Ipagro.

Y te expliqué en idioma de rosas y lebreles

nuestras antiguas tardes por los campos de Soria;

el viejo nombre de los árboles mágicos,

del caranday y de la ipecacuana,

y el hechizo secreto de las reales savias

que abrasan como hogueras ancestrales y súbitas.

Tu has descubierto mi cuerpo

que vivía sin alma.

¿Qué hacía yo entre los traductores de Toledo

si las fiestas de Cuzco me aguardaban

entre relojes y candelabros?

La memoria es mi estandarte,

y ella me condujo hasta el templo

de la posesión. Noches medievales

de invierno, casa lóbrega,

silla y arado: América.

No habléis alto, que despierta

el grumete de mis tribulaciones

en la desesperanza de su ensueño.

Porque en la sabiduría de las estrellas

estaba el único camino. Y desde su campamento

oí la voz inextinguible de los míos.

MI AMIGA

Ríndete ya, puesto que toda

tu tardanza te ha convertido

en un ser disperso. Apura

hasta el último sorbo

los opacos e hirientes

cristales de la tarde

sé correcto con ella,

pues la esperaste sin desmayo.

Es la muerte, tu amiga

vestida de violetas.


[1] NÚÑEZ, Vicente and Miguel CASADO. 2008. Poesía y Sofismas. Anon. Madrid: Visor.

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