Ser otro. Puertas a la poesía aragonesa contemporánea, por David Mayor
La vida de un lector también es la vida de otro. La vida de quien entra y sale de tu vida. La vida como una puerta. Y si uno es lector de poesía en una ciudad como Zaragoza, en un territorio poético como el de Aragón, es posible que padezca de multipolaridad, ya que muchas, muchísimas, son las puertas que se han abierto en pocos, poquísimos años, puertas que, seguro, se están abriendo ahora, todavía, durante, mañana, a la vuelta de la esquina, en la esquina, en la vuelta. Muchas con nombres y apellidos, muchas anónimas, menos a cuento de membretes, generaciones, manifiestos, corrientes y correnteras, menos, más bien diría que ninguna. No hay patrón común, causa, colección de características que aúnen, más allá de los vínculos afectivos y las lecturas, improntas indirectas en la mayor parte de los casos, que no saltan a la vista. Cada cual sigue su traza. Pero es que acaso los tiempos no sean de modelo y patio cerrado sino de puertas e ir haciendo. No se trata de la definición perfecta de la idea, de cualquier idea, sino del ensayo constante. No hace falta siquiera alcanzar el anhelado fin de la belleza, sino apenas tantearla, porque llegar al fin es terminarse. Y con la poesía uno nunca termina sino que siempre está empezando.
La última poesía aragonesa (escrita en castellano, hay más tradiciones que uno no conoce con el detalle necesario) es una topografía llena de puertas, unas conducen hacia el país de nunca jamás, otras al insondable misterio de lo que nunca debería haberse escrito, otras al insospechado quiebro de las sorpresas, a las palabras deformantes, al espejo de la risa, al dime con quién andas y te diré quién eres, a la playa bajo los adoquines, a los adoquines de caramelo tan propios de estos pagos y al adoquín y tente tieso, no menos propio, aunque, la verdad y por fortuna, cada vez más escaso y más aburrido. La última poesía aragonesa son varias pilas de libros, y libros que uno no tiene. Siempre hay libros que están por leer. La poesía aragonesa última es la explosión poética de la clase media. Sí, sí, pura y dura sociología. Sana vocación de ilustrados. El convencimiento de que todos podemos escribirla –listos, menos listos, afortunados, adinerados, con estudios de primera, con estudios de primaria, proclives al fracaso, atentos, despistados, profesionales, por cuenta ajena, parados, raros, locos, sensatos, apestados, iniciados, letraheridos, iletrados, pomposos, soberbios, idiotas, mentecatos, cariñosos, generosos, amables, creyentes, pensantes, inocentes, culpables, menores y mayores. De todo esto hay en la poesía aragonesa última. Poetas y poetastros y poetillas, siempre aspirantes a ensanchar los límites del mundo a base de letras, con o sin sentido. Lo escribo en masculino porque uno construye su género en ese ascendente, pero difieran sin problema y pónganlo en femenino. Mujeres y hombres poetas. Mejor poetas en sustantivo. Se trata de que todos y todas podemos escribir poesía, género popular, y no sólo que la escriban, o que la digan, o que la aparenten, o que la imposten, esas dos tipologías clásicas que son profesores de un lado y bohemios de otro, con el cartel de poeta por la vida. Todos podemos ser otro, otro escritor, otro lector, yo otro, yo otra. Luego está lo de hacerlo bien o mal, claro u oscuro, acertado o sin certeza, en el sitio o fuera de sitio. Tampoco faltan críticos, acaso cada poeta sea uno con bandera propia, dispuesto a señalar faltas y comuniones.
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http://davidmayor.blogspot.com/2011/05/ser-otro-puertas-la-poesia-aragonesa.html
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